Maryomicrochet: creatividad, tejido y valor.

Por Jonathan

Maryori hizo un conejito: su primer amigurumi. Y quizá se sintió emocionada, alegre, conmovida, ilusionada. Quizá necesitó que alguien se acercase, le diese una palmada en el hombro y le dijese: «Qué hermoso conejito, ¿me lo regalas?». O solo admiró satisfecha su trabajo, mientras recordaba sus horas, sus días, tejiendo y tejiendo, sin descanso. Posiblemente en ese momento pasó por su cabeza aquella vez cuando se pinchó un dedo o ese día cuando se dio por vencida porque pensaba que era difícil el reto. Muchas cosas habrán pasado. Muchas cosas que quizá el paso del tiempo habrá borrado. Solo sabemos que un día ella cogió los hilos y la aguja y decidió intentarlo… ahora contempla en silencio como crece un sueño realizado, llamado Maryomicrochet.

Esta joven talentosa ya practicaba el tejido desde los trece años. Era algo que le gustaba. «Un hobby», afirma ella con una voz que recorre presente y pasado. Por ese entonces, la idea de emprender era vaga. Solo tejía para ella. O para su familia y algunos amigos.

—Todo esto del amigurumi ocurre el año pasado.

A mediados del 2021, ella había observado con curiosidad algunos videos de personas que hacían amigurumis. Para los que desconocen la palabra, se trata de un estilo de crochet para hacer muñecos con ganchillo. El origen no es claro. Algunos creen que nace en China. Otros sostienen que inició en Japón durante el periodo Edo (siglo XVII). Lo que sí se puede afirmar es que el amigurumi comenzó a popularizarse, después de la Segunda Guerra Mundial. Japón, que había quedado desbastado por la guerra, vio en los muñecos de crochet una forma para entretener a los niños y alejarlos del ambiente lúgubre que reinaba en el país del sol naciente.

Sus padres, al ver su interés de su hija, le compraron sus primeros materiales: ganchillos, lana, relleno, alfileres. Aquello motivó a Maryori, quien de inmediato comenzó a practicar y practicar. Veía tutoriales. Investigaba. A veces se le complicaba y tenía que destejer todo para volver a comenzar, pero eso no detenía a la joven. Sus ganas de aprender, de conocer, podían más, mucho más. De esa manera, comenzaba a tejerse el camino del éxito.

Al principio, ella no estaba tan segura de comenzar su negocio. Claro, vendía para su familia y amigos, pero formar ya un negocio era algo arriesgado, algo que tal vez no podía generarle muchos ingresos. Por fortuna, esas dudas se disiparon con la llegada de diciembre y la campaña navideña.

—Empecé a tejer muñecos como duendes, renos, Papás Noel, Niños Jesús. Entonces noté una acogida. No solo vendía a mi familia y amigos, también a desconocidos. Poco a poco pude llegar a más personas.

Aquello la motivó y en enero, de este año, decide comenzar a emprender.

—Porque vi que el amigurumi sí era una opción de negocio. Así comencé a hacer muñecos, personajes de ficción. También realizo muñecos que tienen la apariencia de alguien querido, muñecos que, claro, son para momentos especiales como bodas, cumpleaños, bautizos.

Ella comenta que vendía mucho a través de plataformas digitales como Marketplace. Podía vender a personas de Lima y de provincia. Los pedidos crecían. Parecía estar haciendo bien las cosas, parecía.

—Solo me enfocaba en las ventas, pero no entendía el valor de mi trabajo.

Ese fue su conflicto: aprender a valorar lo que hacía.

—Todo ocurrió porque me preocupaba que dejen de llegar pedidos. Ese fue mi temor. Pensé que nadie pagaría precios elevados. Por eso, rebajé los precios para tener más clientes. Así me aseguraba de tener más trabajo. Todo iba bien hasta que comenzaron las clases.

Maryori creyó que su trabajo no complicaría sus estudios en la universidad. Pero los pedidos aumentaban y ella apenas tenía tiempo para estudiar la licenciatura Administración de Empresas o para hacer sus tareas hogareñas. Fueron días muy duros porque no sabía qué hacer. Sentía la presión de todo. Como si todo lo soñado fue una nube de humo que se escapaba de sus manos. Entonces decidió tomar un descanso de su trabajo.

—Porque quería comprender qué había hecho mal. No tenía quejas de los clientes. Nada. Pero algo pasaba que no me sentía satisfecha. Y ese tiempo fue importante porque me permitió ver que debía valorar mi trabajo. Así que tomé una resolución: vendería menos, pero las personas pagarían el precio de mi trabajo porque las ventas no lo son todo. No solo se entrega un muñeco. En ese producto dedico tiempo, esfuerzo y materiales. Es decir, hay un trabajo que no se debe ignorar —reflexiona —. También comencé a organizarme. Y ahora puedo decir que puedo ser hija, estudiante y emprendedora.

Estas tres últimas palabras confirman el gozo de Mayori por estar haciendo lo que quiere, sin remordimientos, ni contratiempos. Su confianza en sí misma, sus ganas de aprender y constancia han hecho posible Maryomicrochet, su emprendimiento, su historia, que hoy se escribe y se seguirá escribiendo.

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