Karelly’s: La pastelería favorita de las redes

Por Jonathan

Karen Elizabeth Müller ha dejado de cocinar. Tiene 24 años y es argentina. Además, este año termina la carrera de pastelería profesional. Una decisión que cambió por completo su vida. Aquello nos dice mientras sonríe nerviosa, emocionada, como si se tratase de la primera vez frente a una cámara. Al parecer todavía no es capaz de creer lo que está viviendo. Confiesa que todo ha sido muy repentino y, por supuesto, satisfactorio.

Por momentos, ella mueve sus brazos. Quizá sus manos sostienen alguna masa, quizá. Por ahora, ella solo sonríe, mientras su mirada se pierde en algún lugar de su memoria que ella llama «Karelliy’s».

Karen nunca pensó tener una pastelería. Ella recuerda con humor aquellos días cuando su madre la invitaba a la cocina para preparar un dulce, una tortita, pero ella no se animaba a acompañarla, siquiera unos minutos. Nada. Se escapaba. La cocina entonces era un mundo que no era compatible con el mundo del juego, de la infancia.

El tiempo, sin embargo, avanzó. Y la niña, que alguna vez detestó la cocina, ahora era una adolescente que ayudaba a su madre con algunos dulces. Comenzó a atraerle por el arte, por la fascinación de crear. Debido a eso, a Karen se le cruzó por la cabeza estudiar alguna carrera relacionada con el arte. ¿Qué pasó? Su familia y amigos se opusieron.

—No vas a tener salida laboral, no vas a tener trabajo. Estudia algo con futuro.

Cada palabra pesó sobre ella, quien había pensado encontrar apoyo sus seres queridos. ¿Qué hizo entonces?

—Estudié contabilidad. Tuve el interés de ser contador público, pero pasaban los meses y en un momento me di cuenta de que yo no me veía en una oficina cerrada, con una montaña de hojas. Entonces supe que aquello no era lo mío.

Así fue que, después de tres años, Karen abandonó la carrera de contabilidad.

El mundo, que ahora se le presentaba, era difuso. No sabía qué hacer con su vida. Sin estudio, sin saber cuál era su lugar en el mundo, Karen sentía un gran vacío. Casi no tenía cabeza para nada cuando decidió trabajar en una farmacia, mientras ordenaba sus pensamientos, mientras descubría lo que debía ser.  En eso estaba hasta que un día alguien, que ahora no recuerda, se le acercó y le dijo:

— Estudia pastelería. Mira vos, puedes sacar algo lindo de eso.

Karen pronto será una pastelera profesional.

En los últimos días ha dictado clases virtuales de macarons, que son galletas tradicionales de la gastronomía francesa e italiana, a personas de Venezuela y Puerto Rico. Nunca pensó que ganaría la atención de un público tan inmenso, como el que tiene hoy.

—Fue algo impensable. Todavía no caigo en la dimensión de las cosas. Uno ve que la economía está difícil en Argentina. Comprar una torta no siempre es algo económico. Nadie se arriesga a probar algo para saber si es bueno o no.

Aun así, observa que la gente reconoce el valor de su trabajo. Porque Karen es una emprendedora que se hizo sola y sola hace tortas, pasteles, alfajores, piezas de chocolate y macarons.

Ella vive, como quien dice, el día a día. No le importa lo que pase más adelante.

—Solo dejo que la vida me sorprenda.

Ella se instaló en Buenos Aires para estudiar pastelería. Eso sí, no abandonó su trabajo en la farmacia. Era complicado mantenerse en las clases y el trabajo. Apenas podía con el último, pero no desistió. Aunque, claro, tenía miedo. Esta nueva iniciativa le había costado regaños por parte de su familia y amigos.

—¿Por qué piensas hacer eso? Te irá mal. No debiste escoger eso, Karen —le dijeron nuevamente.

Pero, por primera vez, Karen sentía que había escogido lo mejor. No iba a abandonar esta carrera. Lo iba a hacer, iba a demostrarle a todos que podía triunfar con o sin su apoyo.

Tampoco la pandemia menguó sus esfuerzos. Continuó sus estudios y el trabajo. Durante ese tiempo publicaba algunas recetas.

Todavía no se animaba a preparar algunos pasteles.

—Todo comenzó durante fiestas, Navidad y Año Nuevo.

Ella vio la acogida.

—Comencé a vender mucho. Pensé lo siguiente: si esto se mantiene así, me irá bien.

Ella entonces se animó a seguir con la repostería.

—Pero hubo decepción. Tristeza. No vendí nada durante los primeros meses. Se me acabó el dinero. Todo se me había ido con los ingredientes.

Karen nuevamente pensó que aquello no era lo suyo, pensó volver de nuevo con sus padres. O seguir con la farmacia y quizá hacer carrera allí. Sin embargo, una voz la hizo volver y enfocarse en su meta: la pastelería. Comenzó a hacerlo de manera constante. Publicaba sus recetas. Trabajaba sus redes. Ella sola, sin descanso, comenzó a enfocarse en la venta de sus postres, esos postres que tenían como ingrediente su amor y temple. Los amigos y la familia también la ayudaron. Ellos llamaron la atención de otras personas.

—De pronto vi que ganaba seguidores. Las personas a pedían postres con frecuencias.

Y sintió una alegría inmensa.

Fundar Karelly’s fue una gran decisión. Karen no se arrepiente para nada. Ella está satisfecha con su trabajo porque es lo que le encanta hacer. A pesar de que aquello la tenga trabajando doce o quince horas, Karen ve su amor en todo lo que hace, un amor dulce que comparte con otras personas a través de sus deliciosos postres.

Y entonces observa que lo sufrido se encuentra en la otra orilla, ahora solo queda su felicidad.

 

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